No Babelia de hoje, Antonio Muñoz Molina (cito-o, uma vez mais…) descreve o que sentiu ao ver e ao ler o que rodeou a morte de Saramago. Certeiro como sempre, terrível na expressão. É todo o peso quase insuportável de uma tradição civilizacional, que fica retratado neste longo e único parágrafo:
«Siguiendo en los periódicos, en la radio y la televisión, las diversas pompas fúnebres suscitadas por la muerte de José Saramago, he tenido una vez más la sensación de alarma y de lejanía que me provocan estas ceremonias. Se muere un escritor y se desmesura todo. Se desata la maquinaria mediática y política de las pompas fúnebres y la riada de los elogios incondicionales, en los que el difunto adquiere dimensiones mesiánicas. El hecho doloroso y privado de la muerte pasa a convertirse en un duelo público exagerado por la intromisión de cargos políticos que se apresuran a hacer acto de presencia con sus coches oficiales y sus aparatosos protocolos, y que en los últimos tiempos hasta han adquirido la costumbre de firmar artículos obviamente improvisados por sus redactores de discursos. La evaluación sobria del trabajo y la vida de quien acaba de morir desaparecen bajo un fragor de superlativos gaseosos. El escritor deja de ser una persona para agigantarse como la encarnación de todo aquello que a los periodistas o a los políticos que contribuyen a su pompa póstuma les parece oportuno: la patria, el continente, el idioma entero, la condición humana, la emancipación de los pueblos. El ataúd del escritor se cubre con una bandera y se ve rodeado de uniformes y de celebridades y de mástiles con más banderas, agasajado por desfiles militares y bandas de música, por grupos de bailes regionales.»
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