«Por supuesto, la Revolución de los Jazmines tunecina y la revuelta que se está desarrollando en Egipto tienen algunos puntos en común:
-El despotismo de Mubarak, al menos tan abyecto como el de Ben Alí.
-El muro de miedo que ahora se derrumba. (…)
Para empezar, Mubarak no es exactamente Ben Alí y, déspota por déspota, este ofrecerá mayor resistencia que aquel, como demuestra la diabólica habilidad con la que, desde las primeras horas del movimiento, retiró a la policía de la calle, abrió las puertas de las prisiones y dejó que los maleantes invadieran la capital y aterrorizasen a las clases medias.
Además, el de Ben Alí era un régimen policial, mientras que el de Mubarak es una dictadura militar. (…)
Pero sería absurdo negar que, por el momento, la madurez del pueblo tunecino, su cultura política y su nivel de alfabetización no están presentes en las zonas rurales del Alto Egipcio ni en El Cairo (…).
Sobre todo porque no hay que olvidar que Egipto carga con un lastre que en Túnez podía considerarse insignificante, y es el islamismo radical.(…)
Con todo esto quiero decir que lo que está ocurriendo ante nuestros ojos no es un solo acontecimiento, sino dos: una revolución exitosa en Túnez y otra, la de El Cairo, que aún está intentando definir su identidad.
Con todo esto quiero subrayar que, para reflexionar sobre tales sucesos, para comprenderlos en toda su singularidad y contribuir a que terminen dando lo mejor de sí mismos, hay que deshacerse de las ideas preconcebidas, empezando por la de una única « revolución árabe » que emite en una misma longitud de onda y a la que habría que saludar en idénticos términos desde Túnez a Saná, pasando por Alejandría.»
Bernard-Henri Levy, em
El País de hoje.
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