Longa vai a discussão sobre a greve de fome dos dissidentes cubanos, nomeadamente no Vias de Facto.
Mas trago-a hoje de novo para aqui porque não me calarei enquanto não recordar, mil vezes se necessário for, que a liberdade de expressão é um direito e não uma esmola que se dá ou que se pede. Precisamente porque se trata de um direito, exige-se e há alguns que decidem arriscar o único bem valioso que lhes resta - a vida. Não só merecem o nosso respeito como nos obrigam a fazer o pouco que podemos para que acabe uma das muitas ditaduras que, infelizmente, ainda existem neste mundo: falar, falar e escrever, escrever, escrever.
Foi o que fizeram Óscar Arias e Antonio Muñoz Molina, em dois excelentes artigos, entretanto publicados em El País e dos quais extraio algumas passagens.
«Sin duda, la huelga de hambre es un arma delicada como herramienta de protesta. Sería riesgoso que cualquier Estado de derecho se viera en la obligación de liberar a sus privados de libertad, si deciden rechazar su alimentación. Pero estos presos no son como los demás, ni Cuba cumple las condiciones de un Estado de derecho. Se trata de presos políticos o de consciencia, que no han cometido otro delito más que oponerse a un régimen, que fueron juzgados por un sistema judicial de independencia cuestionable y que deben sufrir penas excesivas sin haber causado un daño a otras personas. (…)
Me acusarán de inmiscuirme en asuntos internos, de irrespetar su soberanía y, casi con certeza, de ser un lacayo del imperio. Sin duda, soy un lacayo del imperio: del imperio de la razón, de la compasión y de la libertad. No voy a callarme cuando se vulneran los derechos humanos.»
«Ésa ha sido la actitud de una parte de la intelectualidad occidental hacia los sufrimientos de las víctimas de los regímenes comunistas. Mirar para otro lado, callar por miedo a que lo acusen incómodamente a uno de cómplice de la reacción.(…)
Hay, en una gran parte de la izquierda democrática europea y americana, una resistencia sorda a aceptar que la opresión y el crimen cometidos en nombre de la justicia son tan repulsivos como los que se cometen en nombre de la superioridad racial. Basta que una dictadura se proclame de izquierdas para que sus abusos merezcan la indulgencia de quienes nunca correrán el peligro de sufrirlos.»